23 abr 2009

Salvavidas con bigotes

Mientras estudio aburrida y algo triste en la cocina de mi casa, con muchas hojas desparramadas sobre la mesa, llega sigilosa. Pasa anunciándose suavecito, recién se despierta. Come unos granitos, los mismos que todos los días, pero parece no importarle. Toma agua, me mira y sigue tomando. Camina hacia mí inmaculada, sólo unos restos de alfombra azul entre sus uñas. Se estira, se despereza y se sienta al lado de mi silla mirándome desde el piso. Salta sobre mis piernas con la exactitud que caracteriza a la gran mayoría de los felinos. Amasa mis rollitos abdominales como cuando tenía menos de cuatro meses de edad, comienza a contarme que es feliz con su ronroneo, da unas vueltas y se acuesta. Con su patita derecha me rodea el brazo, no vaya a ser que me olvide de rascarle las orejas y hacerle mimos en su nariz rosada. Sabe que la quiero, sé que me quiere, y así estudiar es mucho más placentero. Gracias por venir a salvarme.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Viste? Es cuando digo que me gustaría poder ronronear...