Es insoportable la rapidez con la que el cerebro se pone en modo rutina. Hace 48 horas estaba en otra provincia descansando con el sonido de los grillos y ahora ya parece que nunca abandoné capital. Agenda en mano de nuevo se vienen encima las cuestiones pendientes, las jornadas laborales de un día tras otro y otro y los malditos núemeros que no cierran. Acá, los sueños que bajo el sol misionero eran palpables, se alejan para ponerse detrás de una barrera que dice en letras rojas: espere a ser llamado para ser atendido.
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