27 oct 2009

Bajo el caparazón

Mi tortugo Manolo o Manolito tiene ya más de veinte años y es de tamaño pequeño, responde a los golpecitos en el piso acercándose a toda velocidad (y esto no es un modo de decir) hasta los dedos productores del llamado. Adora dormir al lado de mis chinelas, las busca por el cuarto y se calma al encontrarlas, también disfruta de descansar al lado de mis pies mientras estudio en mi cuarto. Tomar sol es una de sus actividades favoritas en verano y ésta compite con pasar por el piso de abajo de la mesita ratona del comedor y tirar todo adorno que se interponga a su carrera, así fue que tiró y rompió un copón que tenía más de veinticinco años, regalo de casamiento de mamá y papá. Manolo es quisiquilloso con la comida, pero no puede resistirse a un jugoso pepino conrtado en rodjas finas. Eso sí, sin semillas. El pobre tuvo problemas de identidad por años en los que lo llamamos Manuelita, sabio el pequeño fósil viviente supo demostrarnos que le estábamos errando a su sexualidad: ¡Epa!, mis respetos Señor Tortugo.

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