25 ago 2009

Desde el consultorio: un gato en el refrigerador

Era un domingo más en la veterinaria: mucha gente, mucho trabajo, muchos pacientes. Se termina la calma, una urgencia. Gato caído de un sexto piso, condición científicamente llamada "gato volador", disnea importante, shock, neumotórax. Oxígeno, tóracocentesis, 200 ml de aire. La decisión equivocada llegó: hay que darlo vuelta. Consigue expandir sus pulmones, los corticoides y la adrenalina del estrés hacen su parte y se descontrola. Creo que pensó "me llevo un veterinario conmigo". Se retuerce, salta, se prende como garrapata al brazo de una estudiante. Sáquenlo, sáquenlo. No, no era esa la idea del animalito. La muerde un poco más y a una veterinaria también le deja su recuerdo en un dedo. Gato a la cámara de oxígeno, ahora a atender a los humanos. Torniquetes, lavajes y limpieza del charco de sangre del piso. Lo que sigue entonces es el protocolo antirábico: los seres humanos al hospital y el gato... el gato, luego de una sedación que no resistió, se fue al purgatorio felino con sucursal en el congelador de una heladera.

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